Inclusión y Diversidad en la Universidad ¿Un derecho o un privilegio condicionado?

  Inclusión y Diversidad en la Universidad 

¿Un derecho o un privilegio condicionado?





¿Y si por un momento pensáramos en la historia de una joven llena de sueños, con una mirada puesta en el futuro y un corazón decidido a cambiar el mundo? 

Una chica que, por su talento, disciplina y forma de proyectarse, tenía todo para llegar lejos. Sin embargo, pronto descubrió que soñar no siempre es suficiente. Al enfrentarse a la dura realidad económica estudiantil de su país, sus aspiraciones comenzaron a chocar con barreras invisibles pero poderosas. Lo más doloroso no fue solo ver cómo sus propios sueños se complicaban, sino darse cuenta de que esta realidad no era solo suya: era compartida por miles de jóvenes en Colombia que, como ella, ven en la educación una esperanza, pero que muchas veces terminan atrapados entre deudas, sacrificios y oportunidades que se escapan.

Hola mi nombre es Camila actualmente tengo 23 años, termine el colegio en una zona rural del Tolima. Fui la mejor de mi promoción, con una pasión enorme por la administración de empresas, los negocios y un sueño claro: convertirme en una gran empresaria, en el sector agroindustrial, para aportar soluciones y avances económicos en zonas rurales de mi pais, mi familia, dedicada a labores del campo, apenas lograba cubrir lo básico. Aun así, me presente a una universidad privada y en la cual fui admitida y becada, con la  mitad de una beca, la emoción duró poco. Al revisar los costos, mi única opción viable fue un crédito educativo con ICETEX. "Solo es un préstamo, después lo pago", pensé en su momento, sin imaginar que esa decisión me acompañaría durante más de una década. Los semestres avanzaban, pero también las deudas. A mitad de mi carrera, trabajaba medio tiempo para poder pagar transporte y comida cabe aclarar que no trabaja en labores acordes a mi carrera, trabajaba como mesera en un restaurante de un conocido, pues aun no contaba con experiencia ni un titulo para ejercer mi carrera. Muchas veces pensé en desertar. La carga era demasiada! Aunque logre graduarme con honores, termine cargando una deuda casi imposible de pagar que limitó mis posibilidades de independizarme, estudiar una maestría o siquiera pensar en emprender. Actualmente tengo 29 años y no termino de pagar dicha deuda.


 

Como Camila, miles de jóvenes en Colombia enfrentan una paradoja: deben endeudarse para estudiar, y al estudiar, comprometen el bienestar de su futuro.



No es necesario irnos tan lejos para darnos cuenta de esta realidad, por estos días, han actualizado precios en universidades "prestigiosas" en el cual un semestre no baja de 17 millones de pesos, sin tener en cuenta que para carreras como lo es la medicina el semestre no baja de 30 millones de pesos.


Para muchos de nosotros pensar en estudiar en una universidad "prestigiosa" donde un semestre no baja de estos presupuestos tal vez es un sueño, para otros es algo imposible, otros pensamos que allí solo estudian los hijos de las personas con poder en el pais, pero saben algo ES REAL, totalmente certero pensar que allí estudian los hijos de las cabezas de este pais, en ese orden de ideas, podríamos pensar en una equidad para todos?


Pensemos en un persona que con recursos limitados logra ingresar, porque para esta persona es un sueño y "afortunadamente" esta persona logro entrar con media beca ¿Cómo creen que va lograr sobrevivir al pago de la otra mitad?.... Exacto, un crédito! crédito que no bajara de un buen par de millones, pero esta persona hará lo posible por conseguir su titulo, recordemos (es su sueño) al ser una universidad prestigiosa y reconocida le abrirá puertas laborales en otros paises, en empresas reconocidas con un buen salario laboral y podrá pagar su deuda fácilmente, o bueno esa es la idea idealizada que le vende la universidad y la empresa encarga de darle el crédito. Como es de esperarse esta persona acepta dicha deuda, sin esperarse lo que viene, una deuda impagable.



Y es justamente en este punto donde nos preguntamos: ¿podemos hablar realmente de inclusión o diversidad? Tal vez te estés cuestionando: ¿Y qué tiene que ver la diversidad con todo esto? En los últimos años, este término ha ganado protagonismo en discursos institucionales, políticas públicas y campañas educativas. Pero cuando profundizamos, nos damos cuenta de que, muchas veces, la diversidad se queda en los formularios y no se traduce en acciones efectivas.


En mi caso, he tenido la oportunidad de aplicar encuestas donde se evidencian preguntas típicas como: ¿Pertenece a una comunidad indígena? ¿Hace parte de un grupo poblacional de bajos recursos? ¿Tiene alguna discapacidad? Estas preguntas buscan identificar características diversas en los estudiantes, lo cual es importante. Sin embargo, en la práctica, lo que debería representar un camino hacia la equidad, termina siendo una casilla más por llenar.


Cuando hablamos de diversidad en el contexto educativo, solemos pensar en la importancia de reconocer las condiciones particulares de ciertos grupos. Pero volvamos al caso del que venimos hablando: jóvenes con grandes sueños que por limitaciones económicas, ven trocadas sus oportunidades. ¿Dónde están los beneficios reales para ellos? ¿Qué tan efectiva es esa “prioridad” cuando el acceso a una beca es competitivo, limitado y muchas veces condicionado a cifras que ignoran las realidades de fondo?


En este sentido, los beneficios ofrecidos a estos estudiantes no siempre son una garantía de inclusión. Muchos ingresan a la universidad con esperanza, pero sin recursos suficientes para sostenerse. La diversidad no puede ser solo una palabra bonita en un documento institucional; debe ser un compromiso real con la equidad, con políticas que acompañen a los estudiantes más allá del ingreso, y que aseguren que puedan permanecer, graduarse y proyectar un futuro sin estar atados a una deuda.


La historia de Camila, como la de tantos otros jóvenes en Colombia, no es solo un testimonio personal, es el reflejo de un sistema que, aunque habla de inclusión y diversidad, en la práctica sigue siendo profundamente desigual. Nos han hecho creer que estudiar es el camino para transformar nuestras vidas, y es cierto, pero cuando ese camino está lleno de deudas, sacrificios desproporcionados y promesas idealizadas, se convierte en una carrera de resistencia que no todos logran terminar.

Hablar de diversidad e inclusión no puede seguir reduciéndose a preguntas en un formulario o a discursos institucionales. Necesitamos que se traduzca en políticas tangibles, en apoyos sostenibles, en becas completas y en modelos de financiación que no comprometan el futuro de quienes solo quieren estudiar para cambiar su realidad. Necesitamos universidades que no solo abran sus puertas, sino que acompañen a sus estudiantes con empatía, equidad y compromiso social.

Soñar con estudiar no debería ser un lujo. Convertirse en profesional no debería costar una vida de endeudamiento. Y hablar de inclusión no debería ser una excusa para cumplir con cifras. Debe ser una realidad que se sienta, que se viva y que transforme. Porque cuando la educación es realmente inclusiva, deja de ser un privilegio para convertirse en lo que siempre debió ser: un derecho al alcance de todos.





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